sábado, 15 de marzo de 2025

Masajes, canto y budín inglés. Una mujer común y corriente (novela, en proceso)

 CAPÍTULO 1

Alicia, así se llamaba ella, pasó una mala noche. La frase de él había rebotado en su cerebro como una pelota de tenis en un frontón. La luz de la calle ni siquiera le había permitido adivinar el color de su pelo, ¿cómo podía saber, entonces, de quién se trataba? La mujer necesitaba eliminar del horizonte toda responsabilidad respecto del pasado, era preciso exorcizar semejante carga de simbolismo: “otra vez no quisiste verme” era como un aguijón infectado. Él bien podía haberla confundido con otra persona, la memoria era engañosa. La repentina conclusión depositó su espíritu maltrecho en playa segura, no estaba en condiciones de aceptar reclamos de un desconocido, con su jefe ciclotímico ya tenía bastante.

Alicia se sentó frente a su taza matinal de té y dos medialunas. Más hubiera sido gula, menos no la hubiera satisfecho, era una mujer muy metódica. De allí el desconcierto con respecto a la tarde anterior, ¿cómo había sido sorprendida por la lluvia? Si en un día cualquiera no abandonaba su casa sin conocer el pronóstico, “ese” día no debió haber yerros porque, a causa de la cita, Alicia había consultado todos los medios, los más confiables así como los otros, para evitar, justamente, aquello que no pudo evitar. Y “todo” para nada...

Primero, su jefe le había pedido que prolongara su jornada aún más de lo habitual, pero ella manifestó que no se sentía bien y salió casi disparada de la oficina, algo que le reclamaría el lunes por cierto. Molesta se encaminó al bar, ensimismada, pues había vuelto a torcerle el brazo, sin notar que estaba garuando. Cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde, la tormenta arreciaba y poco pudo hacer su pequeño paraguas para protegerla. Aunque la mojadura no fue lo peor, sino la repentina aparición del sujeto de la vereda, que ni siquiera por cortesía asumió haberla dejado de plantón. Tal vez aquellas palabras, tan cargadas de dolor, le hicieron olvidar la caballerosidad y blandir su espada, a la espera del desquite desde tiempo inmemorial. En medio de sus reflexiones, sonó el teléfono.

-Mamá, ¿por qué todas las semanas me salís con lo mismo? -dijo Alicia.

Ester Zaldívar había destinado los mediodías de los sábados para reunirse con su prole, pues tenía el ritual de ir todos los domingos al club, además de que la noche del sábado también la tenía ocupada (el cine o el teatro siempre la convocaban). Los hermanos de Alicia, un varón y una mujer, habían logrado ponerse bastante a resguardo, argumentando que sus hijos tenían actividades por la mañana, lo que impedía los encuentros en la mayoría de las ocasiones, aunque ella no había encontrado salvoconducto alguno.

-Ali, sos vos la que siempre me contesta lo mismo, hija. Tenés una chica que te hace todo, no tenés marido, no tenés hijos, tenés el freezer repleto. A ver, ¿hoy tenés que llevar el auto al taller o vas a ir de shopping porque se te quemó el televisor…?

Eran esos momentos los que sacaban de las casillas a Alicia, los momentos en los que su madre la confrontaba con la realidad. Todos los fines de semana pasaban por lo mismo: una proponía y la otra rechazaba, una reclamaba y la otra se defendía, una se ponía en víctima y la otra se sentía culpable. La terapeuta le recordaba que el identificador de llamadas se había inventado para evitar ese tipo de situaciones, a pesar de lo cual Alicia caía siempre en la pegajosa telaraña.

-Si aceptaras, no tendrías que escucharme -decía una.

-Si no me persiguieras, quizás tendría ganas de aceptar -respondía la otra.

En algún momento, hacía una aparición estratégica el señor Ramiro Zaldívar, con mayor o menor suerte, en el intento por zanjar la cuestión.

-Estaba por encender el fuego, ¿qué tal una bondiolita de cerdo y alguna otra pavadita, nena?

Esa intervención era la que, por lo general, no fallaba. Todo dependía de cuánto tiempo hubieran estado tironeando madre e hija del cable del teléfono. Alicia accedía a la propuesta de su padre si Ester no había resquebrajado aún su ánimo, lo que sucedía con cierta frecuencia, pues era una mujer muy demandante.

Sin embargo, ese sábado no era igual a los restantes, el ánimo de Alicia venía decayendo desde antes del llamado de su madre; con exactitud, desde el desencuentro con su cita y su posterior acusación a quemarropa cuando la tarde se extinguía. ¿Cómo remontar, entonces, el consabido diálogo con Ester en esas condiciones?

-No, mamá, no me toca ni taller ni shopping, ¿sabés qué?, no tengo ganas de verte y punto. Hasta el sábado próximo. Besos a papá -Alicia cortó sin darle tiempo a retrucarle y, cuando el teléfono volvió a sonar, miró el identificador de llamadas, hizo un gesto obsceno y tomó la asadera que había dejado preparada: tenía bondiolita de cerdo y alguna otra pavadita.



lunes, 2 de diciembre de 2024

Bel canto (relato)

Los hombres jamás imaginaron que serían capaces de llevarlo a la práctica, pero allí estaban, en plena Avenida 9 de Julio, frente al Teatro Colón, uno de los mejores coliseos del mundo, ubicado a pocas cuadras del Teatro Nacional Cervantes. El barrio de San Nicolás había sido mudo testigo de sus reiteradas apariciones, aunque habían desestimado su exótico plan, en cada ocasión, por diferentes motivos. Hasta hoy.

Aguardaban impacientes, sobre la calle Cerrito, la salida de la protagonista de la ópera “Aída”, una joven soprano que había accedido a la fama en forma vertiginosa, que era lo que más le molestaba a Roberto. Además de que cantara como los dioses, porque María Callas ahora tenía rival. Aunque no todo estaba en su contra: la griega, por suerte, se había muerto.

La cantante hizo, por fin, su aparición, rodeada de buena parte del elenco. No cesaba de recibir ovaciones por todos los costados y, como profesional que era, supo integrar al resto. Una vez que se fue quedando sola, los dos hombres aprovecharon para acercarse y le pidieron que les firmara los programas de mano. Ella, muy desenvuelta y seductora, tomó la lapicera que uno le ofrecía y, también, se los dedicó. En el momento que se disponía a subir al auto que la llevaría a su casa, Roberto le cortó el paso con disimulo.

-Señorita Lundren, por favor, acompáñenos a tomar una copa, así seguimos conversando un poco más. Somos fervientes admiradores del bel canto, que usted maneja con tanta naturalidad…

Verónica Lundren no pudo obviar semejante comentario y, a pesar de saber que algunos admiradores debían ser mantenidos a distancia prudencial, accedió muy complacida. Por seguridad, propuso ir a un bar cercano al Obelisco (uno de los íconos del centro porteño, junto al cual los turistas registraban su paso por Buenos Aires), pero la convencieron de visitar un lugar pintoresco en la dirección opuesta, de camino a la Avenida del Libertador. Sin embargo, al subir al auto de Roberto, los hombres revelaron sus verdaderas intenciones.

-Mirá, piba, no queremos entretenerte, así que vamos al grano -dijo, sentado al volante, mirándola por el espejo retrovisor.

-¡No me lastimen, por favor, les doy todo lo que tengo! -manifestó la cantante, desde el asiento trasero, comenzando a revolver la cartera muy angustiada.

-No, pará, no entendiste, ¿qué te pensás que somos? -remató Hernán, dándose vuelta, que a esa altura comenzaba a alterarse después de superar con estoicismo la ópera completa.

Los tres permanecieron observándose en silencio. Ella aferraba con temor su cartera contra el pecho, mientras pensaba que había sido un error ser tan condescendiente. ¿Por qué no había escuchado los sabios y reiterados consejos que le había dado su partenaire en los ensayos? En la próxima función debería darle la razón… Siempre que hubiera una próxima función, claro.

-Che, calmate. Sólo queremos que le cumplas el deseo a éste y te podés ir -dijo Hernán.

-¿¿Qué deseo…?? -la voz de la soprano se parecía más a un chillido que a un gorjeo.

-Te dije, boludo, no es tan buena como te creés.

Roberto lo miró con desaprobación y semblanteó a la mujer. Sí, estaba visiblemente asustada. Lo mejor sería concluir lo más rápido posible, por si se le ocurría ir a la policía.

-Escuchame, Vero, ¿te puedo llamar así? Resulta que siempre quise ser como vos, o sea, cantante lírico, pero no se me dio. ¡Ni siquiera pude entrar a estudiar al Colón, me cacho! En fin… La cosa es que me hubiera encantado poder cantar con la Callas, ¿viste?, pero se me fue demasiado pronto -ahí Roberto hizo un paréntesis porque se había emocionado. Hernán le alcanzó su pañuelo, aunque lo observó con rechazo y prefirió no aceptarlo. -Perdón, me acuerdo y me agarra un nudo en la garganta… Bueno, como te venía diciendo, entonces se me ocurrió, cuando te escuché el otro día, porque ya vine varias veces, no soy un improvisado, te vengo siguiendo la trayectoria- enfatizó dramáticamente Roberto.

-¿Podés sintetizar, por favor? Entre la ópera y tu declaración de amor, ya llevamos como 4 horas dando vueltas con el asuntito -a Hernán comenzaba a agotársele la paciencia.

-Pará, pesado, si estás apurado, andate, que yo me puedo arreglar solo.

En ese momento, Verónica palideció y Roberto se dio cuenta de que estaba prolongando demasiado el misterio y que la soprano terminaría, efectivamente, yendo a denunciarlos.

-La cosa es así. Quiero que cantes conmigo la escena 2 del cuarto acto, cuando a Radamés y Aída les llega la hora fatal y se despiden del mundo; lo grabo con el celular y listo.

Verónica Lundren bajó un poco la guardia tras recibir un pedido tan inusual. Si bien parecían dos tipos inofensivos, la propuesta era por demás descabellada. Pensó con detenimiento lo que respondería, dado que no estaba segura de que eso fuera todo.

-O sea que, si acepto cantar con vos, me liberan…

-¡¡Pará, esto no es un secuestro!! ¿¿Vos ves armas, sogas, capuchas?? -Hernán se estaba poniendo de un pésimo humor, algo que le ocurría cada vez que estaba hambriento.

-No maltrates a la chica porque en eso habíamos quedado. Y vos sé buenita, dame el gusto, que para vos es una pavada y para mí es como tocar el cielo con las manos. Así hacemos de cuenta que acá no pasó nada. ¿Qué decís, piba?

La cantante no pensaba ir a la comisaría, aunque sí consideraba que habían llegado demasiado lejos. Primero, le habían mentido, y ahora, la extorsionaban. ¿Y si se negaba, qué harían, la llevarían a recorrer los 48 barrios porteños hasta que claudicara?

-En eso te equivocás, porque sí pasó, me están privando de mi libertad -la joven acababa de perder el escaso temor que aún le quedaba y decidió plantar bandera con respecto a sus derechos. Desde luego que llevaba el pañuelo verde en la cartera, como siempre. En plena época del “Ni una menos” y del “Me Too”, no iba a permitir que dos enajenados se pasaran de listos.

-¿No te dije, nabo? No sé para qué hicimos todo este kilombo. Vos y tus sueños incumplidos.

-Tenés razón, Hernán. Al final, todas las minas son iguales. Me sacaste las ganas. Andá, andá a cantarle a Magoya.

(Presentado en el concurso Yo te cuento Buenos Aires X, de la Legislatura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 2023)


lunes, 23 de septiembre de 2024

Sabiduría milenaria (micro relato)

Sus ojos rasgados observan todo desde el fondo de los tiempos. Es erróneo creer que algunas cosas le pasan desapercibidas. Ni su quietud ni su sonrisa, apenas esbozada, la dejan al margen. Siglos de enseñanzas bien aprendidas se reflejan en su rostro sereno. Los antepasados, los ancianos, las tradiciones, las dinastías, los valores, los principios se ven reflejados en cada uno de los pliegues de su kimono y en su peinado. Jamás hará un gesto de más, aunque tampoco de menos. Nunca se atreverá a proferir una palabra fuera de lugar, aunque tampoco se reservará la palabra justa. En ella, todo se encuentra en el más absoluto equilibrio. Ha sido concebida para agradar y es agradable; para dar placer y lo da; para embellecer y es bella; para escuchar y calla.

Su vivienda está reservada para los grandes, porque los hombres más poderosos la visitan. Su lugar es envidiado por muchos, porque junto a ella se toman las decisiones más importantes. Su presencia puede generar las conversaciones más profundas, o las sensaciones más irrefrenables.

Su sabiduría ha sido, siempre, observar todo desde el fondo de los tiempos, sin que alguno de sus gestos la delate.

(Publicado recientemente en el espacio virtual Burak)

lunes, 7 de agosto de 2023

La novelista que no quiso ser (relato)

Así que vos querés saber cómo empecé con todo esto, ¿no? Bueno, voy a hacer memoria, entonces.

Hace muchos años, alguien me dijo que me veía condiciones para dedicarme a la crítica cinematográfica, lo que me sorprendió. Pero poco después lo asocié con mi afición por el cine y la idea empezó a gustarme. Entonces, me puse en contacto con Osvaldo Quiroga y Rómulo Berruti para tomar clases, aunque me di cuenta de que yo quería otra cosa. En realidad, lo que yo quería era escribir películas, o sea, guiones de cine.

Ahí pensé en formarme con Damián Szifrón, el autor de “Los simuladores”, ¿te acordás?, pero en Canal 11, o Telefé si te gusta más, me dijeron que él no daba talleres, aunque Patricio Vega sí, que era su coordinador autoral. Y allí fui por un par de años.

A esa altura decidí ir al Festival de Mar del Plata, ¿lo tenés?, y resulta que vi un cortometraje espectacular, “Medianeras”, del que después se hizo un largometraje, de un tal Gustavo Taretto, y yo me dije, si este pibe escribe así, porque el guión era de él, yo quiero aprender con su maestro, y entonces lo contacté.

Me contestó que el “susodicho” era José Martínez Suárez, Josecito para la Chiqui, y empecé a bombardearlo a llamadas telefónicas. Que no puedo, que tengo todo el tiempo ocupado, que llámeme en un mes, que llámeme en dos meses, y tanto va el cántaro a la fuente que, al final, me dijo que sí.

Estuve tomando clases con MS, como él firmaba todos los e-mails, durante otros 2 años, momento en el que cerró su taller de los últimos 20 para asumir como presidente del festival que te mencioné, porque era un laburo de tiempo completo. Tan completo que el viejo no se tomaba vacaciones y estaba en la oficina como 10 horas diarias.

Todo esto lo sé porque me postulé como su secretaria, y después de decirme que no porque era un trabajo temporario y que yo estaba en relación de dependencia en la editorial donde trabajaba, que no porque tenía un hijo a cargo y que corría el riesgo de que no me renovaran el contrato, y la mar en coche, finalmente lo convencí otra vez, me tomó una prueba de traducción simultánea de una película de Abbas Kiarostami, lo que hice con bastante dignidad, te confieso, y desembarqué en el famoso INCAA, el instituto de cine, pero esa es otra historia.

¿Te aburro o querés que siga…? Sigo, entonces, ya falta poco. Como no podía presentar mis propios proyectos por incompatibilidad de funciones, imaginate, los del comité evaluador me conocían, entonces, convertí algunos guiones míos en novelas y las publiqué, ya van tres, la última el año pasado. Te cuento que empecé a escribir la cuarta, pero desde cero, porque no tengo más guiones que me interese transformar en literatura.

Debo confesarte que no he sido una gran lectora, aunque esto haga un poco de “ruido”, por lo que no registro influencia de escritores, aunque sí me ha llamado más la atención el cine y lo he consumido más. De todos modos, tampoco podría hablar de directores que hayan influido en mi escritura. Con respecto al teatro, recién en los últimos años comencé a apreciarlo verdaderamente.

En síntesis: me he formado un poco en cine, he hecho algún que otro taller literario, incluso uno de dramaturgia con Mauricio Kartun, he leído un poco, he mirado cine un poco más; últimamente, veo muchos documentales y programas de información general, y no me refiero a la pandemia, sino a los últimos 8-10 años, pero, sobre todo, siempre me ha gustado mucho observar. Desde mis épocas de facultad. Observar gente, situaciones, paisajes. O pensar al respecto de variadas cosas y asociarlas, sin saber muy bien adónde voy a terminar. A veces llego a conclusiones muy lineales y otras veces aparezco por lugares que no me esperaba.

Bueno, eso. Cuando arranqué, en 2004, no imaginé que terminaría escribiendo novelas en lugar de guiones de cine. Recuerdo que Josecito, o MS, como prefieras, me dijo que usara seudónimo por eso de la incompatibilidad, a lo que yo le respondí que quería ver mi nombre en la pantalla. Creo que fue por eso que terminé desembarcando en la literatura. Porque, como me dijo José Luis Garci en “La Feliz”, muchos años atrás, hay que ponerse al frente de los proyectos propios, de allí que él haya dirigido sus guiones, pues un guionista pierde casi todos los derechos sobre lo que escribió al entregarlo, a diferencia de un escritor.

No sé si contesté tu pregunta, ¿o no me preguntaste nada y me imaginé todo…?

Hola, hola, ¿estás ahí?

¡¡Holaaa…!!

Me cortó la muy guaranga.

miércoles, 27 de abril de 2022

Y tu vida será otra (novela, capítulo 1)

 Parte I: De cómo se dieron las cosas


1

Su madre siempre le decía que a los canarios había que atenderlos diariamente. Pobres criaturas del señor, ellos no podían hacerlo solos, así le decía, una y otra vez, todos los días. Era imposible olvidarse. Pasaban los días, los meses, los años, y siempre repetía lo mismo. Parecía una letanía. Y lo peor de todo es que se le paraba al lado, pero bien al lado, y se lo decía casi al oído. Era desesperante.

Tan ensimismada estaba esa mañana que volcó el bebedero sobre la blusa que llevaba puesta. Con la mirada turbia comenzó a hacer pucheros justo en el momento en el que su madre se aproximaba, pero no iba a darle el gusto. Rápida giró, como pivotando en pelota al cesto, “yo era buenísima”, se dijo, y se dirigió a las jaulas. Su madre, con la boca abierta, la vio alejarse; esta vez no había podido.

Feliz con su pequeño triunfo rellenó los comederos y le guiñó un ojo al canario naranja. Convencida de que le había entendido, cuando el bicho se puso a gorjear, creyó que le estaba hablando.

-Nena, ¿ya atendiste a los demás? Mirá que no pueden hacerlo solos… -dijo la vieja, arrastrando los sonidos, además de las chancletas.

Olga Pietrantonio sintió una puntada en la nuca, acababan de arrojarle un dardo envenenado. A pesar de todos los recaudos que había tomado, no pudo evitar aquella frase que la mortificaba. Al darse vuelta con lentitud, vio que su madre sonreía burlona mientras se apantallaba con una revista. El emplumado pareció aprovechar la situación y arengar al resto a imitarlo, pues tímidamente comenzaron a piar. Uno a uno fueron sumándose, hasta que el canto se convirtió en un ruido ensordecedor. Olga se paró frente a las jaulas y, en actitud amenazante, los enfrentó con la manguera.

-No te atrevas… -susurró Gladys.

Aquello se había convertido en una contienda. El aire estaba cargado. Olga blandía el cilindro de goma como un fusil de guerra dispuesta a todo. Sin embargo, su madre no se quedaba atrás. Sus ojos vigilantes y la tensión de todo su cuerpo recordaban a una mamba a punto de atacar.

Entonces apareció Gregorio, el padre, cargando una bandeja con el termo, el mate y los bizcochitos de grasa del domingo y atravesó el fuego cruzado. Olga pensó en definir la situación de una vez y para siempre, pero al ver que su madre había perdido el interés y seguía los pasos de su marido como hipnotizada, revoleó el delantal sobre la jaula del canario naranja, restableciendo la calma.

Ya tendría su merecido desquite, era tan sólo cuestión de tiempo.



lunes, 23 de agosto de 2021

Ritual (ejercicio sobre poema de Jacques Prévert)

 Echó té

en la taza

Agregó leche                                                                                            

en la taza de té

Después sumó el azúcar

y puso el pan

a tostar

Bebió varios sorbos

Tomó la miel

y roció el pan

Masticó con placer

y una vez más…

Echó té

en la taza

Agregó leche

en la taza de té

Después sumó el azúcar

y volvió a beber

Roció con la miel

otra rebanada de pan

Mirando sin ver

Percibió el cigarrillo

que la obligó a atender

Encendió el extractor

para proteger el ritual

Bebió el resto de la taza

y entonces decidió

Con dos rebanadas

está más que bien

Fue ahí que la lluvia

la hizo llorar


jueves, 19 de agosto de 2021

El broche muerde la soga de la ropa (poema)

 El broche muerde la soga de la ropa

porque tiene hambre de hilachas.

Hambre, mucha hambre.

Y al morder, más y más destroza,

más y más avanza.

La ropa teme su cercanía desmesurada

y trata de ahuyentarlo, pero falla.

En el intento se desgarra, hecha girones,

mientras el broche ríe sin parar.

Lo ha logrado una vez más,

en el camino queda un tendal.

La ropa casi muerta, agonizante, clama a gritos,

aunque ya nadie la escucha.

Irá directo al cesto de basura o, con suerte,

como trapo al lavadero.

Eventualmente le llegará el desquite,

aún hay broches aferrados a la soga.

Los que se resquebrajarán al sol,

o serán oxidados por la lluvia.

Momento sublime de la justa venganza.

Entonces, y sólo entonces,

se equilibra la balanza.