martes, 28 de noviembre de 2017

Paralelas (cuento)

Era tarde cuando llegó al bar, llovía. Buscó con la mirada entre las mesas vacías y no lo encontró. Aliviada pensó en irse pero sabía que estaba en falta así que cambió de idea y se ubicó al fondo, la perspectiva privilegiada le permitía observar sin ser observada. Mientras dejaba correr el tiempo quiso entender. ¿La aliviaba que se hubiera cansado de esperarla o que a él también se le hubiera hecho tarde…? No estaba preparada para el acertijo e intentó contrarrestar el escurridizo sentimiento de culpa con la segunda posibilidad, ¿qué excusa le daría, en ese caso, que le asignaron una tarea de último momento? El colectivo o el subte no podrían ser su escudo, el bar había sido sorteado por la cercanía con ambas oficinas. Sin embargo, el chaparrón sería un buen recurso como responsable del atraso; incluso permitía disimular otro tipo de contingencia: el vaivén espiritual previo al encuentro. En todo eso pensaba ella con la vista clavada en el vidrio biselado, sabiendo de antemano que idéntico análisis podría hacer él si estuviera sentado en su lugar. Aunque bien podía haberlo hecho poco antes, próximo a cansarse de esperarla.
La mujer se despegó el pelo humedecido de la cara frente al pequeño espejo de cartera, el paraguas rescatado a último momento de la oficina se le había dado vuelta a dos cuadras y le resultó imposible huir del flagelo de la lluvia. Esa mañana no había pronóstico de tormenta por lo que las botas y el piloto nuevos quedaron en la bolsa. Las marquesinas de los locales la habían protegido un poco pero los pies los tenía empapados. ¡Qué ganas de darse un baño caliente y tomar algo amigable que le devolviera el alma al cuerpo! Pero su mandato familiar era más fuerte, dejar a alguien de plantón era de mala entraña; por eso estaba ahí a pesar del mal tiempo, a pesar del energúmeno de su jefe, a pesar de tantos “apesares”. Como había sido siempre, desde que tenía memoria. Sin embargo, ese no era el momento de ponerse a revisarlos, ya tendría tiempo durante el fin de semana. Quizás hubiera llegado la hora de darles la oportunidad a los demás de considerar, siquiera por una vez, las necesidades de ella. “¡Qué mechas, parezco un león!”, pensó mirando su reflejo e hizo una mueca resignada.
El mozo la miró con cara de pocos amigos. “En este día de mierda me tocó una loca”, masculló con fastidio, el reloj señalaba las 7 PM. La semioscuridad se cernía sobre la vereda y más allá, las tímidas luces del alumbrado no alcanzaban a mitigarla. “¿Ya decidió? En media hora cerramos”, le dijo sin haber consultado al encargado, aunque no era necesario, la única mesa ocupada era la de la mujer. Ella ensayó una sonrisa mientras él se colgaba el trapo rejilla al hombro en claro signo de hastío. “Un café, por favor, bien caliente, estoy muerta de frío”. “¡Che, un café! ¿No te digo que hay que cerrar más temprano?”, vociferó el hombre. Con las manos en los bolsillos de la chaqueta se asomó a la vereda y escupió. ¿Quién de los dos había elegido ese bar de mala muerte?, se preguntó la mujer. Si hubiera sabido que era así de desangelado habría cancelado el encuentro. ¡Jamás lo hubiera recomendado en el caso de una separación, si daban ganas de suicidarse en el baño de lo ramplón que era! La sensación de haber tomado una de las peores decisiones de los últimos tiempos comenzó a ganar terreno en su ánimo. Escapaba a su entendimiento por qué había debido llegar a tal situación para intentar resolver el único y excluyente tema respecto del cual giraba toda su vida por esa época: las relaciones de pareja. Pasajeras, cama afuera, como amante, no relaciones, divorcio contradictorio, había pasado por todas. ¿Resultado? Con más de 40 años seguía en la búsqueda, aun cuando no había descubierto qué era lo que buscaba.
El mozo la observaba desde la puerta mientras fumaba un cigarrillo y al girar la cabeza se topó con el cabezazo del encargado, que le señalaba el pocillo humeante junto al vasito con soda. “¡Queca, se lo voy a tener que llevar!”, dijo y la expresión avivó imágenes de su escuela secundaria, ¿por qué había perdido contacto con todos sus compañeros? Si a otros les había dado resultado, él debería ser menos reticente y ver de qué se trataba eso del Facebook. A la noche le pediría a su hijo que se lo explicara otra vez. De nada valía negarse al avance de la tecnología, había llegado para quedarse, y dado que la esperanza de vida iba en aumento día a día, se hacía indispensable amigarse con ella pues el futuro pertenecería a los que hubieran elegido permanecer dentro del sistema. Aunque lo viviera como algo cruel era un hecho irrebatible, pensó desganado el hombre. Dio las últimas pitadas intentando prolongar aquel anestesiado arrebato juvenil y juntó coraje para encarar la última tarea de la tarde. Sin embargo se demoró aún algo más y la radiografió de pies a cabeza, todavía estaba buena. Un poco flaca para su gusto pero tenía buenas tetas.
La mujer miraba el celular. Nada. ¿Habían intercambiado números cuando chatearon? “Al final, ¿querés o no estar sola?”, se dijo en el espejo. ¿Qué hacía en un sitio deprimente, un viernes tormentoso a la salida de la oficina, esperando a un desconocido del que ni siquiera tenía su número de teléfono? Ella, tan obsesiva, meticulosa, aplicada, precavida, ¡qué pelotuda! De pronto recordó la foto de él en la página y la cara le resultó vagamente familiar. ¿De algún trabajo anterior, del club, de la escuela tal vez…? Del barrio seguro que no, no sabía por qué pero lo descartó. Su mirada se deslizó de las 7,25 PM del reloj de pared al pocillo que ya no humeaba y sintió rechazo. Se acordó del trapo sucio en el hombro del mozo, del escupitajo y de lo triste que sería ese baño para suicidarse. Habían quedado de acuerdo para una hora antes, ya era tiempo de hacer mutis por el foro aunque no fuera una obra de teatro.
“Disculpe pero no voy a tomar el café. Los pies mojados me dieron dolor de estómago”, murmuró. El mozo, a punto de cargar la bandeja, la fulminó con la mirada y recolocó el trapo con violencia en el hombro en el momento que el encargado se asomaba por encima del mostrador. “No se preocupe, José dejó que se helara así que hay que tirarlo”. Ambos hombres cruzaron miradas en tono de reproche, cada uno con el propio. La mujer se puso el blazer (¡cómo extrañaba sus botas de lluvia y su piloto nuevos!), se colgó la cartera en bandolera y se dirigió a la entrada. “Se dejó el paraguas”, le dijo el encargado sonriendo. ¡Pobre, quería contrarrestar tanta tristeza! “Está roto, ¡y gracias por todo!”.
El mozo comenzó a bajar la cortina metálica detrás de la mujer, había dejado de llover. Parada junto al cordón observaba el telón: chica abandonada por chico en bar de mala muerte tras caer la tarde un viernes tormentoso y dan ganas de suicidarse en el baño… ¡Y dale con el suicidio! Lo cierto es que había sido un año muy largo, no sólo ese día, pero faltaba poco para su cumpleaños y ya presentía el desquite.
La cortina quedó a mitad de camino pues por el otro lado se acercaba lentamente un hombre que observaba con insistencia a la mujer. Ella había acertado: le habían asignado una tarea de último momento aunque no pensaba disculparse, era evidente que ni siquiera lo tenía incorporado en un ángulo de un vago recuerdo, ¿por qué lo haría? ¡En cambio cómo olvidarla! La más linda del colegio… Con ese pelo largo castaño que en verano se volvía rubio, aunque ahora se le había oscurecido. ¡Cuánta amargura había tragado por su culpa entonces! La amó locamente durante los cinco años de la secundaria sin que ella notara su existencia y pese a sus dos matrimonios no se le había ido de la cabeza. Por eso tuvo que buscarla, porque tenía que deshacerse de esa espina que lo torturaba hacía demasiado. Podría haber hablado con su jefe y llegar a tiempo a la cita pero no había querido. ¿Temor? Quizás, a ser ignorado otra vez. Ella seguía igual, tal vez más flaca pero con curvas, como a él le gustaban. En cambio, él había perdido muchos kilos y se había operado de la miopía, lo que lo había vuelto irreconocible además de atractivo. “¿Será por eso…?”, pensó con el alma apenas iluminada.
“Por acá no pasan taxis, te conviene ir hasta la avenida, a dos cuadras…”, dijo él como para iniciar una conversación. Ella hizo foco, ¿quién le hablaba? Ah, el hombre de la vereda. Desde el bar no se perdían gesto de los actores ad hoc. ¿Qué avenida, dónde estaba? Entonces se acordó: el bar olvidado de Dios, el del mozo con el trapo sucio y el escupitajo, el del suicidio en el baño maloliente. “Gracias. La verdad es que no sé qué hago acá”, respondió la mujer al borde del estallido mientras se dirigía a la arteria salvadora. ¿Dos cuadras a la derecha o a la izquierda? No le había dicho. “Otra vez no quisiste verme”, dijo él y se alejó por el mismo lado por el que había llegado. Ella frenó en seco, creyendo haber oído lo que oyó, y reemprendió la caminata.

(Texto presentado recientemente en la sede de Baradero, San Pedro, de la Sociedad Argentina de Escritores, SADE, con motivo de la XV Edición del Concurso Nacional de Cuento y Poesía Escritor Alfredo Cossi)

jueves, 16 de noviembre de 2017

In memoriam (microrrelato)

Villa María vio la luz en 1867 y su nombre se debería o bien a la Virgen María, patrona de la ciudad, o bien a María Luisa, hija mayor de don Manuel Anselmo Ocampo, terrateniente que donó las tierras y abuelo paterno de Victoria y Silvina Ocampo, las eximias escritoras. Tal cosa significa que cumple 150 años el próximo 27 de septiembre, fecha convenida por los vecinos pues no hay registro de la fundación… Wikipedia dixit
Ahora bien, ¿qué ocurriría si aquellas hermanas literatas estuvieran presentes para la ocasión? YouTube compartiría los hechos. Las mostraría recorriendo los logros de la villa: la Escuela Superior Integral de Lechería, la medioteca y biblioteca, la tecnoteca, el Centro Cultural Comunitario Leonardo Favio, la costanera de 16 kilómetros con imponente anfiteatro y el puente colgante Juan Domingo Perón, único en su tipo en Latinoamérica.
Aunque Victoria contaría con 127 años y Silvina con 113, por lo que sería necesario apelar a informática y robótica para verlas pasear en 3D en una pantalla o equipadas con inteligencia artificial junto a nosotros, burlándose de la esperanza de vida.
Pero sospecho que no querrían ser recordadas de ese modo.
Ni siquiera a causa de “abu Anselmo”…

(Texto presentado recientemente en un concurso de SADE, Sociedad Argentina de Escritores, en la sede de Villa María, Córdoba, con motivo de cumplirse los 150 años de su fundación.)

miércoles, 26 de julio de 2017

Aquellos zapatitos de charol (rimas, o casi...)



Cuando eran chicas no sabían qué sería de sus vidas. Llevaban el pelo largo, se lo cepillaban frente al espejo y jugaban como cualquier otra nena con las muñecas. También jugaban a tomar el té y se ponían algún sombrero viejo además de los zapatos de taco alto de la abuela. Nada hacía suponer que lucharían contra vientos endemoniados y amarrarían, en medio del océano, velas.
Ni siquiera el padre de la chiquita rubia de ojos tímidos imaginó que su hija cumpliría su propio sueño. Porque él fantaseó una y mil veces con una vida plagada de aventuras, a pesar de lo cual aquello quedó demorado en el tablero..., en el mismo que diseña embarcaciones náuticas para otros dueños.
De allí que los cotidianos y compartidos juegos de infancia mutaron y el globo terráqueo ya no tuvo secretos. El mundo imaginario amplió sus horizontes y excedió el cuarto, el patio, el jardín. Las fronteras geográficas se disiparon y en su lugar millas marítimas aparecieron. Ellas tenían un único objetivo que abrigaban en sus corazones, en sus almas, en sus férreas mentes: ir por más, siempre. No habría monstruo marino que las detuviera. Ni el amo del viento podría con su perseverancia, disciplinadas como eran.
Cada vez que cruzaban una mirada confirmaban su determinación; ese fuego sagrado que sólo unos pocos tienen, los elegidos, sería puesto a prueba, con la esperanza de evitar el revés en cada ocasión. Sin embargo, nada las emocionaba tanto como probarse y probar que habían optado por el sendero correcto. Tenían en claro que no sería tarea sencilla: si es que deseaban llegar realmente lejos, deberían perseverar sin defecto.
En casa ya les habían avisado: nada en esta vida se consigue sin sacrificio. Lo que no les habían dicho es que tal cosa abarcaría no sólo la alimentación y la actividad física, sino el descanso, el esparcimiento e incluso los vínculos. ¿Estaban preparadas para tamaño desafío? No al inicio, fue un trabajo arduo que demandó de la voluntad un entrenamiento sostenido. Porque los objetivos de alto vuelo, digamos, rehúyen espíritus esquivos.
Y así como fueron nenas como cualquier otra, también fueron adolescentes como el resto, que transitaron los zarandeos del ambivalente período, para convertirse poco después en dos hermosas jóvenes llenas de proyectos.
La vida les regaló amaneceres y atardeceres, destinos conocidos y no tanto; agua salada, vientos, olas, mareas; pájaros y delfines, islotes y palmeras... Y aunque pareciera estar en deuda con ellas pues todo lleva la misma estela, quizás sean ellas las que le deban. Tal vez las haya recompensado de una manera tan vasta y anticipada que sólo tengan palabras a medias. También les dio cintas, moños y aplausos, mas no a cualquiera, pues sabe de su temple y capacidad de entrega.
Tras haber cabalgado mares y océanos de esta inabarcable Tierra, aunque inagotable sólo en apariencia, se preguntaron qué les quedaba por hacer. La respuesta no se hizo esperar: “Más mares y océanos”, dijo el padre de aquella nena. Es así que cada día, al despertar, una nueva sorpresa las espera del otro lado de la puerta. Jamás se sintieron invadidas por la rutina, lo que a algunos mortales les ocurre con demasiada frecuencia; nunca creyeron tampoco que ya habían dado todo, cosa que otros creen sin haber intentado la décima parte siquiera.
Las largas pestañas sedosas que enmarcan sus curiosos ojos siempre barrieron del horizonte humo, polvo, lluvia, pero también la decepción, la soledad, la tristeza. Porque no siempre estuvieron contentas, a veces flaquearon, pues son humanas, sensibles... además de guerreras. Cuando alguna nube negra aparece en su firmamento, ellas barrenan la arena, surfean las crestas, invaden la playa con sus tambores de guerra. Ni el más osado de los dioses del Olimpo se atreve a bajar a ver qué ocurre pues bien que lo saben, llegaron ellas.
Las valquirias esperan del sol un guiño, entonces otean el horizonte, consultan brújula, cartas náuticas y parten rumbo a la aventura en tanto despliegan las velas. Adelante se agolpan las millas, salpicadas de sal marina y vientos que arrecian.
Algo las espera, las busca, las convoca, por eso corren a su encuentro desde que tienen conciencia. Es el sabor que se les incrustó en el paladar y la lengua el día que pisaron un velero por vez primera. El sabor de la libertad con mayúscula. La Libertad de abrir los brazos y contener en una mágica fracción de segundo a la Vía Láctea entera. De allí que sean valquirias, mujeres guerreras, chicas superpoderosas que no se detienen ante las inclemencias.
Cuando hallan un recreo entre tanta actividad se detienen y piensan. ¿Qué habría ocurrido si otros anhelos hubieran clamado presencia? ¿Si madre alguna hubiera querido una hija bailarina...? O bailaora. Con chales, peinetas, castañuelas, tacones y vestidos con cola.
Eso les provoca un acceso de risa, no logran imaginarse entre lunares y revoleando polleras. Más difícil aún ver en sus pies zapatos charolados en lugar de zapatillas y medias. Es justo allí que agradecen a sus familias el apoyo presente en cada vuelta y festejan, inverosímil de toda inverosimilitud, la ocurrencia.
Al llegar el momento, Morfeo custodia los sueños de futuras empresas, cuyo mapa está impreso en cada una de sus células. Imposible equivocar el rumbo con trayecto tan certero. El destino ha de ocuparse de guiar los instrumentos para que sea preciso el arribo a cada puerto.
Y en noches de luna llena fijan la vista en las estrellas, telescopio a derecha y catalejo a izquierda, poniendo especial atención en aquellas viejas promesas. Entonces, sin pérdida de tiempo, levan ancla para que el despuntar del día las encuentre entre las primeras. Grande es la sorpresa del resto de los mortales al ver a las heroínas plantando bandera...
Es que aún no lo saben o no quieren saberlo: en el fondo de sus almas ellas llevan la delantera.