Una mañana, Rombín y Triangulín decidieron conocer qué había más allá de
su mundo, su bella Geometría ya no les alcanzaba. Nadie pudo convencerlos de
que en ningún lugar estarían mejor que allí y comenzaron a andar. Era la
primera vez que salían solos de viaje.
Poco a poco, el camino se fue haciendo más empinado y como los amiguitos
no estaban acostumbrados al ejercicio se cansaron con mucha rapidez. Entonces
decidieron tomarse un recreo para recuperar fuerzas.
Era tal su cansancio que se quedaron dormidos y no percibieron el paso
del tiempo. Al despertar, un vacío en el estómago les indicó que hacía
demasiado que no comían y retomaron la caminata con pasitos cortos y rápidos.
-Estoy seguro de que vamos a llegar a un lindo lugar, ya vas a ver -dijo
Rombín al ver que su amigo comenzaba a flaquear.
Y no se equivocó. Al llegar a la cima de la pendiente descubrieron un
mundo fantástico: piedras enormes, árboles muy altos, charcos de agua… ¡Y el
cielo! Porque los amiguitos eran de lata, latín y latón al igual que todo su
mundo. Habían salido, por fin, de su amada Geometría.
-¡¡Era verdad lo que me contó el abuelo!! -Triangulín curioso se dispuso
a escuchar con el oído bien atento.
-El abuelo Romboide viajó mucho y conoció gente de lo más rara. Con
plumas, con alas, con la casa a cuestas, con patas.
-¿Y de qué mundo son? -preguntó Triangulín sin comprender.
-De un mundo muy diferente del nuestro. Del mundo de las tierras altas
-respondió Rombín.
Maravillados descubrieron que la luz del sol había desaparecido y el
cielo, de un azul intenso, estaba cubierto de estrellas. Sus ojos iban de un
punto luminoso a otro sin poder creer aquello que veían. Rombín buscó una gran
piedra para poder cobijarse pues recordaba de un libro de su abuelo que el
rocío no era bueno para la salud. Pero los pequeños sintieron curiosidad y
antes bebieron un sorbo de agua.
-Puaj, esto es muy distinto del aceite que tomo en casa -dijo
Triangulín.
-Sí, es horrible. Tené cuidado que te podés oxidar -agregó Rombín.
Y con la luna cuidando sus sueños, cerraron sus ojos cansados hasta el
día siguiente.
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Al despertar, alguien desconocido los observaba, no era de su ciudad
natal. Era picudo, emplumado y zancudo.
-Oia, ¿y vos quién vendrías a ser? -dijo Rombín sorprendido y temeroso a
la vez.
-Eso, ¡quién! -insistió Triangulín, escondiéndose detrás.
El desconocido puso cara de pocos amigos.
-Así que las latas hablan nomás -remató Pajarín muy molesto.
-¿¿Latas nosotros?? ¿¿Y vos te miraste en un espejo, plumero volador??
-Rombín se envalentonó de repente. -Decime, en donde vos vivís, ¿hay alguien
con quien podamos hablar?
A esas alturas, Pajarín tenía todas las plumas paradas. Veloz como un
rayo se alejó volando lo más rápido que pudo.
Triangulín se largó a llorar con todas sus fuerzas y Rombín se sintió
culpable porque él había tenido la idea de abandonar Geometría. Entonces se
trepó a un pequeño árbol con bastante dificultad, no estaba acostumbrado pues
en su mundo no existían, y miró a lo lejos haciendo visera con la mano. El sol
estaba muy alto, su cuerpo había comenzado a tomar temperatura y debían
apurarse.
-Vamos, dejá de hacer pucheros. Tenemos todo un mundo por descubrir.
Rombín retomó la caminata apresurado pero Triangulín estaba indeciso.
Hasta que su amigo se alejó tanto que sólo cabía en su pequeño dedo de alambre
y comenzó a correr detrás.
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Después de subir y bajar varias lomas, de girar a la izquierda y a la
derecha muchas veces, los amiguitos llegaron, finalmente, a un mundo nuevo.
Nuevo para ellos, claro, aunque no necesitaron abordar un barco y cruzar el
océano.
Triangulín observaba fijamente a la tortuga y el caracol con sus dos
ojos redondos como botones de plata saltándosele de la cara. El cangrejo estaba
metido en el fondo de un tronco hueco para evitar que atacara, todos temían que
usara sus poderosas pinzas. Rombín intentaba recordar las historias que su
abuelo Romboide le contaba.
-¿Alguien conoce a estos latosos? -dijo la tortuga apenas asomada a su
caparazón.
-Mirá, querida, siempre cae alguno que anda medio desorientado, me
parece que se escaparon de una fiesta de disfraces -agregó el caracol
haciéndose el gracioso.
-Eso, de una fiesta de disfraces -repitió el cangrejo desde el fondo del
tronco hueco.
-Che, más respeto que ustedes llevan la casa encima. Qué pasó, ¿los
echaron? -remató Rombín guiñándole un ojo a Triangulín.
-Oia, parece que éste es el payaso del grupo. Fijate cómo me río.
El caracol empujó una pequeña piedra que contenía hierro y el pobre
Rombín quedó pegado a ella. Triangulín estaba tan asustado que se paralizó.
Justo en ese momento, algo en el cielo ocultó el sol. Al mirar hacia arriba
descubrieron a Oma, la paloma.
-¿No les da vergüenza tratar así a las visitas? -dijo con severidad.
El caracol y la tortuga se hicieron los distraídos mientras el cangrejo
se tapó con las pinzas para esconderse. No le gustaba que Oma lo retara. Rombín
logró despegarse de la piedra y agradeció al ave.
-Si no fuera por usted, señora voladora, no sé qué habría sido de mí.
-No fue nada. Acompáñenme, por favor, quiero presentarles a alguien que
responderá todas sus preguntas.
Los amiguitos se tomaron de la mano y, sin perder tiempo, siguieron a
Oma.
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En una vuelta del camino apareció un gran charco cubierto de plantas
flotantes llenas de flores. Su perfume invadía el aire. Rombín y Triangulín se
sorprendieron del olor dulzón, tan distinto del aceite para máquinas, pero les
resultó agradable.
Un sonido lejano atrapó la atención de los amigos, era el croar de una
rana. A medida que se acercaba, su curiosidad iba en aumento. Hasta que hizo su
aparición sobre un camalote.
-Voilá! Me llamo René -dijo.
-Hola, señora René, venimos de muy lejos y no sabemos dónde estamos.
¿Usted podría decirnos, por favor? -Rombín recordaba que, ante todo, había que
ser educado.
-Estamos en Parquelandia y para su información soy un señor. ¿Ustedes de
dónde vienen, pequeñín?
-Nosotros somos de Geometría y salimos ayer a la mañana a conocer el
mundo. Estamos muy cansados y muy hambrientos… -Rombín estaba al límite de sus
fuerzas.
René hizo unos extraños movimientos con la cabeza en la que llevaba una
corona y unos platillos exquisitos aparecieron ante los ojos asombrados de
Rombín y Triangulín. Había arandelas, tuercas, tornillos, clavos y una jarra
del mejor aceite.
Cuando los visitantes de Geometría estuvieron satisfechos y recuperaron
la energía perdida, Triangulín, que ya había perdido el miedo, se atrevió a
hablar.
-Señor René, ¿de dónde salió todo esto? Porque ustedes no comen estas
cosas, ¿verdad?
-Nosotros no pero alguien que ustedes conocen sí. El nos dejó todo esto
en caso de que su nieto resolviera visitarnos -dijo Oma con orgullo.
-¿¿Fue mi abuelo Romboide?? -el corazón de Rombín estaba desbocado.
Los dueños de casa sonrieron como respuesta y una lágrima de aceite rodó
por la mejilla de lata, latín y latón del pequeño.
-Su excelencia, si le parece, yo podría acompañarlos a recorrer el reino
para que sepan por qué nuestro querido amigo venía tan seguido -dijo la
paloma y Rombín y Triangulín hicieron de inmediato una reverencia.
-No es necesario, me hacen reír. Romboide no exageró para nada con
respecto a ustedes. Sí, mi querida Oma, me parece una excelente idea. Mientras
tanto voy a seguir trabajando, un rey tiene mucho que hacer.
La rana se alejó en el camalote, arrastrado por pececitos que lo
cargaban sobre sus lomos (parecía una carroza), mientras los habitantes de Geometría
observaban la escena con la boca abierta.
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-Síganme, por favor -la paloma se sentía una verdadera guía de turismo.
-Acá, a nuestra derecha, vemos la escuela para Principiantes, a la que
concurren todos los animales pequeños de Parquelandia, caminen, naden o vuelen,
sin distinción. El rey René, con su gran sabiduría, nos enseñó que somos todos
iguales.
En el charco se formaba una pileta de poca profundidad. Allí, ranas,
sapos, tortugas, caracoles, peces y aves escuchaban inmóviles a Pajarín, el
maestro, quien les transmitía conocimientos básicos de natación. Unos sapos
ancianos vigilaban con atención a los cangrejos.
-¡Mirá, es el pajarraco! -gritó Triangulín sin pensar. Rombín le dio un
codazo y sonó como dos tapas de cacerola chocando entre sí.
-Perdón, señora voladora, mi amigo es algo bocón a veces -y miró muy
enojado a Triangulín, quien se puso todo colorado pues le había subido la
temperatura de la vergüenza.
Un poco más adelante se encontraron con la escuela de Avanzados. Allí,
el charco se volvía más profundo y las clases de buceo estaban a cargo de un
hermoso pez carpa naranja llamado Ferdinand, quien se tomaba muy a pecho su
trabajo. Los más arriesgados no se conformaban con llegar simplemente al fondo,
sino que trataban de recoger piedras y hojas con sus bocas o sus patas
delanteras para recibir el reconocimiento del maestro.
Unos metros más adelante, detrás de algunos árboles, se veía ascender
una columna de humo blanco. Los visitantes de Geometría la observaron
extrañados.
-Ese es el consejo de ancianos. Los más sabios del reino se reúnen con
nuestro rey para tomar las decisiones importantes.
-¿Podemos ir a ver? -preguntó Triangulín con timidez.
-Lamento informarles que eso no es posible. Son asuntos de gobierno.
Vamos, aún les queda mucho por conocer.
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No cabían dudas de que Parquelandia era un reino muy interesante: había
gran variedad de árboles y plantas, rocas muy coloridas, a cualquier sitio que
se mirara, algo llamaba la atención. Geometría, en cambio, era todo gris,
brillante, sí, pero gris. El nuevo mundo impresionaba más y más a los amiguitos
de metal. Oma se paró delante de una cueva, adentro había sólo oscuridad, no se
escuchaban sonidos.
-Los invito a conocer playa Batracius, no se la pueden perder -la
paloma entró decidida y desapareció pero Rombín y Triangulín no se animaban a
dar un paso. -¡Pequeños, no tengo todo el día, los estoy esperando!
Los amiguitos se tomaron de la mano y avanzaron temblorosos hasta que su
vista se acostumbró al interior de la montaña. Allí descubrieron formas
extrañas que salían del piso, de las paredes, del techo. De pronto escucharon
una voz conocida.
-Esas puntas que salen del piso se llaman estalagmitas y las que vienen
del techo son las estalactitas, se forman por el agua. ¿A que en su ciudad no
vieron nada igual? -dijo Oma inflando el pecho con vanidad. Triangulín se puso
a pensar con rapidez, esa paloma era demasiado presumida.
-No, señora, no tenemos piedras como éstas, pero cuando la banda Los
latosos hace un recital, ¡toda Geometría se detiene a escucharlos hasta el día
siguiente! -y le guiñó un ojo a su amigo, que levantó su pulgar de alambre en
señal de apoyo.
Tras subir y bajar entre piedras durante un largo rato, el cansancio
comenzó a invadirlos. En su mundo no había lomas, montañas, cuevas, las
superficies no eran onduladas sino rectas, sus delgadas piernas no estaban
acostumbradas a trepar. El ave se dio cuenta y justo a tiempo atrapó en el aire
a Triangulín, que perdió pie sobre un barranco. Al dejarlo en tierra firme les
señaló con el pico hacia abajo. Una playa de arena blanca como la nieve era
bañada por un lago azul como el cielo nocturno. Había cascadas por las que
bajaba el agua ruidosamente. De pronto vieron a dos pequeñas ranas
zambulléndose divertidas.
-¡Señoritas, vuelvan de inmediato a la clase si no quieren que se entere
el rey! -dijo Oma muy severa mientras las alumnas traviesas desaparecían entre
las rocas.
-¿El rey también se ocupa de los alumnos? -preguntó Rombín muy
sorprendido.
-Es que son las hijas del señor René y deben dar el ejemplo… Este lugar
fue descubierto por un antepasado de nuestro querido monarca, su tatarabuelo
Batracius, y en su honor recibió el nombre. Muchos vienen aquí después de la
escuela o de sus obligaciones como premio a su buen desempeño. Pero tenemos que
volver, por ser el primer día ya han hecho bastante ejercicio.
A Rombín se lo veía preocupado, había estado todo el día muy pensativo.
-Señora voladora, ¿por qué el cangrejo está metido en un tronco? Me da
mucha pena…
-En nuestro reino sólo son aceptados los cangrejos si usan sus pinzas
para el bien. Candrecito, por ejemplo, a quien ustedes conocieron esta mañana,
está castigado por haberse peleado en la clase de natación. Como la tortuga
Amelita y el caracol Frol son sus mejores amigos, se ofrecieron para vigilarlo
para que no se vuelva a equivocar. Les cuento que Amelita es la prima de la
famosa tortuga Manuelita.
Pero los amiguitos no sabían de quién se trataba. ¡Cuántas cosas desconocían
Rombín y Triangulín! El viaje iba a resultarles verdaderamente muy educativo.
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La mañana siguiente amaneció lluviosa por lo que todas las clases fueron
suspendidas. Rombín y Triangulín no conocían la lluvia y quisieron salir pero
Oma se acercó presurosa.
-¡Alto ahí! Tu abuelo debió haberte contado que el agua no es buena para
los metales, ¿verdad?
-Es cierto, señora voladora, pero debemos investigar para poder llevar
información a nuestro regreso.
Oma se alejó unos metros y poco después apareció con dos tréboles
gigantes en forma de paraguas.
-Usen esto para protegerse y no se lo quiten por ningún motivo.
Los amiguitos partieron alegres con rumbo desconocido, aunque en
Parquelandia todo estaba señalizado. La escuela de Principiantes, la escuela de
Avanzados, playa Batracius y todo lo demás. Siguiendo los sabios consejos de la
paloma se cubrieron para evitar el óxido, algo muy peligroso para los
metales.¡Qué distinto se veía todo a través de las gotas!
-Acá hay colores, estrellas, la luna y el sol, plantas, animales,
piedras, el charco de agua para nadar… En cambio, nuestra vida es siempre igual
-dijo Rombín con la mirada triste.
De repente vieron a Amelita y Frol entre unos pastos altos, estaban
conversando muy concentrados.
-Hay que avisarle a Oma que Candrecito ya cumplió con el castigo,
necesita un poco de sol -dijo Amelita.
Ambos se dirigieron al encuentro de su amigo pero al llegar vieron a la
paloma, que era tan justa como René, volcando el tronco con su peso para que
Candrecito quedara libre. ¡Estaba tan contento que corrió al charco y se hundió
en la arena! Sus amigos invitaron a Triangulín y Rombín a acompañarlos en la
orilla para disfrutar de la fresca lluvia.
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Para fortuna de los visitantes, el día siguiente fue radiante. Todos
retomaron sus actividades y Parquelandia se puso en movimiento una vez más. Los
amiguitos de Geometría decidieron seguir conociendo el mundo nuevo. A lo lejos
observaron unos pájaros desconocidos, que volaban como Pajarín y hacían
piruetas en el aire. Era una clase de vuelo. Los padres les enseñaban a sus
hijos a abandonar el nido y para ello les mostraban cómo despegar, cómo girar
en el aire, cómo aterrizar.
Cuando Rombín y Triangulín estaban en lo mejor, una hembra los descubrió
y de inmediato dio la voz de alarma. Todos los adultos se acercaron a sus crías
para protegerlas y el encargado de la vigilancia, en un vuelo rasante, les
preguntó quiénes eran.
-Perdón por haberlos asustado, somos de la ciudad de Geometría -contestó
Rombín.
-Lo había olvidado, el rey René nos avisó de su llegada. Vos debés ser
el nieto de Romboide, ¿verdad? Gran amigo, una lástima que se haya oxidado.
-Sí, lo extraño mucho pero por suerte me quedaron sus consejos y sus
historias, así que siempre está conmigo -respondió emocionado.
-Ya sé, tengo una idea. ¿Quieren aprender a volar?
Los amiguitos se miraron felices. El vigía Arturo, que así se llamaba,
sin esperar respuesta les entregó unas hojas enormes que por allí crecían que
parecían orejas de elefante para que las usaran como alas.
-Si el abuelo se animó, ¡nosotros también! -dijeron a coro.
Con mucho cuidado treparon a un árbol. Los primeros intentos no
resultaron bien, ambos chocaron contra el suelo varias veces haciendo mucho
ruido. Sin embargo, gracias a su voluntad y la paciencia de Arturo lograron
despegar. Al final del día, todos los alumnos habían superado con éxito su
primera clase de vuelo.
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-¿Qué opinan de mi mundo, pequeñines? -preguntó René esa noche en la
cena de bienvenida.
Rombín y Triangulín no salían de su asombro, las sorpresas se sucedían
desde su llegada. No sólo habían conocido un sinfín de cosas nuevas sino que
habían hecho amigos muy distintos a los de su amada Geometría pero igual de
valiosos.
Antes de que pudieran responder, un grupo de músicos hizo su entrada y
comenzó a tocar. Si Los latosos eran buenos, Parquecito no se quedaba atrás.
Todos los instrumentos eran naturales: piedras que se entrechocaban, hojas que
se frotaban o se soplaban, cañas que se agitaban. Los amiguitos comenzaron a
hacer palmas para acompañar. Sus diminutos dedos de alambre hacían un sonido
muy particular que el resto festejaba. Poco después se sumaron al espectáculo
haciendo percusión con sus propios cuerpos. Era una fiesta que ni el mismo
Romboide podía haber soñado.
Dado que el día siguiente era de descanso para todos, el rey René dio
por concluida la reunión recién cuando la luna estuvo lo bastante baja.
-Quiero que sepan que las puertas de Parquelandia estarán abiertas
siempre que quieran volver y por el tiempo que lo deseen -dijo sonriente el
monarca. Y agregó: -Cuando decidan regresar a casa, mi fiel amigo Arturo los
acompañará para hacer una invitación formal a las autoridades de Geometría para
que todos los amigos de Romboide, que también son mis amigos, puedan venir a
visitarnos, ¿qué les parece?
Los pequeños visitantes
supieron, entonces, que un nuevo capítulo en sus vidas acababa de comenzar.