domingo, 14 de agosto de 2016

El país de las tierras altas (cuento infantil)

Una mañana, Rombín y Triangulín decidieron conocer qué había más allá de su mundo, su bella Geometría ya no les alcanzaba. Nadie pudo convencerlos de que en ningún lugar estarían mejor que allí y comenzaron a andar. Era la primera vez que salían solos de viaje.
Poco a poco, el camino se fue haciendo más empinado y como los amiguitos no estaban acostumbrados al ejercicio se cansaron con mucha rapidez. Entonces decidieron tomarse un recreo para recuperar fuerzas.
Era tal su cansancio que se quedaron dormidos y no percibieron el paso del tiempo. Al despertar, un vacío en el estómago les indicó que hacía demasiado que no comían y retomaron la caminata con pasitos cortos y rápidos.
-Estoy seguro de que vamos a llegar a un lindo lugar, ya vas a ver -dijo Rombín al ver que su amigo comenzaba a flaquear.
Y no se equivocó. Al llegar a la cima de la pendiente descubrieron un mundo fantástico: piedras enormes, árboles muy altos, charcos de agua… ¡Y el cielo! Porque los amiguitos eran de lata, latín y latón al igual que todo su mundo. Habían salido, por fin, de su amada Geometría.
-¡¡Era verdad lo que me contó el abuelo!! -Triangulín curioso se dispuso a escuchar con el oído bien atento.
-El abuelo Romboide viajó mucho y conoció gente de lo más rara. Con plumas, con alas, con la casa a cuestas, con patas.
-¿Y de qué mundo son? -preguntó Triangulín sin comprender.
-De un mundo muy diferente del nuestro. Del mundo de las tierras altas -respondió Rombín.
Maravillados descubrieron que la luz del sol había desaparecido y el cielo, de un azul intenso, estaba cubierto de estrellas. Sus ojos iban de un punto luminoso a otro sin poder creer aquello que veían. Rombín buscó una gran piedra para poder cobijarse pues recordaba de un libro de su abuelo que el rocío no era bueno para la salud. Pero los pequeños sintieron curiosidad y antes bebieron un sorbo de agua.
-Puaj, esto es muy distinto del aceite que tomo en casa -dijo Triangulín.
-Sí, es horrible. Tené cuidado que te podés oxidar -agregó Rombín.
Y con la luna cuidando sus sueños, cerraron sus ojos cansados hasta el día siguiente.

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Al despertar, alguien desconocido los observaba, no era de su ciudad natal. Era picudo, emplumado y zancudo.
-Oia, ¿y vos quién vendrías a ser? -dijo Rombín sorprendido y temeroso a la vez.
-Eso, ¡quién! -insistió Triangulín, escondiéndose detrás.
El desconocido puso cara de pocos amigos.
-Así que las latas hablan nomás -remató Pajarín muy molesto.
-¿¿Latas nosotros?? ¿¿Y vos te miraste en un espejo, plumero volador?? -Rombín se envalentonó de repente. -Decime, en donde vos vivís, ¿hay alguien con quien podamos hablar?
A esas alturas, Pajarín tenía todas las plumas paradas. Veloz como un rayo se alejó volando lo más rápido que pudo.
Triangulín se largó a llorar con todas sus fuerzas y Rombín se sintió culpable porque él había tenido la idea de abandonar Geometría. Entonces se trepó a un pequeño árbol con bastante dificultad, no estaba acostumbrado pues en su mundo no existían, y miró a lo lejos haciendo visera con la mano. El sol estaba muy alto, su cuerpo había comenzado a tomar temperatura y debían apurarse.
-Vamos, dejá de hacer pucheros. Tenemos todo un mundo por descubrir.
Rombín retomó la caminata apresurado pero Triangulín estaba indeciso. Hasta que su amigo se alejó tanto que sólo cabía en su pequeño dedo de alambre y comenzó a correr detrás.

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Después de subir y bajar varias lomas, de girar a la izquierda y a la derecha muchas veces, los amiguitos llegaron, finalmente, a un mundo nuevo. Nuevo para ellos, claro, aunque no necesitaron abordar un barco y cruzar el océano.  
Triangulín observaba fijamente a la tortuga y el caracol con sus dos ojos redondos como botones de plata saltándosele de la cara. El cangrejo estaba metido en el fondo de un tronco hueco para evitar que atacara, todos temían que usara sus poderosas pinzas. Rombín intentaba recordar las historias que su abuelo Romboide le contaba.
-¿Alguien conoce a estos latosos? -dijo la tortuga apenas asomada a su caparazón.
-Mirá, querida, siempre cae alguno que anda medio desorientado, me parece que se escaparon de una fiesta de disfraces -agregó el caracol haciéndose el gracioso.
-Eso, de una fiesta de disfraces -repitió el cangrejo desde el fondo del tronco hueco.
-Che, más respeto que ustedes llevan la casa encima. Qué pasó, ¿los echaron? -remató Rombín guiñándole un ojo a Triangulín.
-Oia, parece que éste es el payaso del grupo. Fijate cómo me río.
El caracol empujó una pequeña piedra que contenía hierro y el pobre Rombín quedó pegado a ella. Triangulín estaba tan asustado que se paralizó. Justo en ese momento, algo en el cielo ocultó el sol. Al mirar hacia arriba descubrieron a Oma, la paloma.
-¿No les da vergüenza tratar así a las visitas? -dijo con severidad.
El caracol y la tortuga se hicieron los distraídos mientras el cangrejo se tapó con las pinzas para esconderse. No le gustaba que Oma lo retara. Rombín logró despegarse de la piedra y agradeció al ave.
-Si no fuera por usted, señora voladora, no sé qué habría sido de mí.
-No fue nada. Acompáñenme, por favor, quiero presentarles a alguien que responderá todas sus preguntas.
Los amiguitos se tomaron de la mano y, sin perder tiempo, siguieron a Oma.

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En una vuelta del camino apareció un gran charco cubierto de plantas flotantes llenas de flores. Su perfume invadía el aire. Rombín y Triangulín se sorprendieron del olor dulzón, tan distinto del aceite para máquinas, pero les resultó agradable.
Un sonido lejano atrapó la atención de los amigos, era el croar de una rana. A medida que se acercaba, su curiosidad iba en aumento. Hasta que hizo su aparición sobre un camalote.
-Voilá! Me llamo René -dijo.
-Hola, señora René, venimos de muy lejos y no sabemos dónde estamos. ¿Usted podría decirnos, por favor? -Rombín recordaba que, ante todo, había que ser educado.
-Estamos en Parquelandia y para su información soy un señor. ¿Ustedes de dónde vienen, pequeñín?
-Nosotros somos de Geometría y salimos ayer a la mañana a conocer el mundo. Estamos muy cansados y muy hambrientos… -Rombín estaba al límite de sus fuerzas.
René hizo unos extraños movimientos con la cabeza en la que llevaba una corona y unos platillos exquisitos aparecieron ante los ojos asombrados de Rombín y Triangulín. Había arandelas, tuercas, tornillos, clavos y una jarra del mejor aceite.
Cuando los visitantes de Geometría estuvieron satisfechos y recuperaron la energía perdida, Triangulín, que ya había perdido el miedo, se atrevió a hablar.
-Señor René, ¿de dónde salió todo esto? Porque ustedes no comen estas cosas, ¿verdad?
-Nosotros no pero alguien que ustedes conocen sí. El nos dejó todo esto en caso de que su nieto resolviera visitarnos -dijo Oma con orgullo.
-¿¿Fue mi abuelo Romboide?? -el corazón de Rombín estaba desbocado.
Los dueños de casa sonrieron como respuesta y una lágrima de aceite rodó por la mejilla de lata, latín y latón del pequeño.
-Su excelencia, si le parece, yo podría acompañarlos a recorrer el reino para que sepan por qué nuestro querido amigo venía tan seguido  -dijo la paloma y Rombín y Triangulín hicieron de inmediato una reverencia.
-No es necesario, me hacen reír. Romboide no exageró para nada con respecto a ustedes. Sí, mi querida Oma, me parece una excelente idea. Mientras tanto voy a seguir trabajando, un rey tiene mucho que hacer.
La rana se alejó en el camalote, arrastrado por pececitos que lo cargaban sobre sus lomos (parecía una carroza), mientras los habitantes de Geometría observaban la escena con la boca abierta.

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-Síganme, por favor -la paloma se sentía una verdadera guía de turismo. -Acá, a nuestra derecha, vemos la escuela para Principiantes, a la que concurren todos los animales pequeños de Parquelandia, caminen, naden o vuelen, sin distinción. El rey René, con su gran sabiduría, nos enseñó que somos todos iguales.
En el charco se formaba una pileta de poca profundidad. Allí, ranas, sapos, tortugas, caracoles, peces y aves escuchaban inmóviles a Pajarín, el maestro, quien les transmitía conocimientos básicos de natación. Unos sapos ancianos vigilaban con atención a los cangrejos.
-¡Mirá, es el pajarraco! -gritó Triangulín sin pensar. Rombín le dio un codazo y sonó como dos tapas de cacerola chocando entre sí.
-Perdón, señora voladora, mi amigo es algo bocón a veces -y miró muy enojado a Triangulín, quien se puso todo colorado pues le había subido la temperatura de la vergüenza.
Un poco más adelante se encontraron con la escuela de Avanzados. Allí, el charco se volvía más profundo y las clases de buceo estaban a cargo de un hermoso pez carpa naranja llamado Ferdinand, quien se tomaba muy a pecho su trabajo. Los más arriesgados no se conformaban con llegar simplemente al fondo, sino que trataban de recoger piedras y hojas con sus bocas o sus patas delanteras para recibir el reconocimiento del maestro.
Unos metros más adelante, detrás de algunos árboles, se veía ascender una columna de humo blanco. Los visitantes de Geometría la observaron extrañados.
-Ese es el consejo de ancianos. Los más sabios del reino se reúnen con nuestro rey para tomar las decisiones importantes.
-¿Podemos ir a ver? -preguntó Triangulín con timidez.
-Lamento informarles que eso no es posible. Son asuntos de gobierno. Vamos, aún les queda mucho por conocer.

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No cabían dudas de que Parquelandia era un reino muy interesante: había gran variedad de árboles y plantas, rocas muy coloridas, a cualquier sitio que se mirara, algo llamaba la atención. Geometría, en cambio, era todo gris, brillante, sí, pero gris. El nuevo mundo impresionaba más y más a los amiguitos de metal. Oma se paró delante de una cueva, adentro había sólo oscuridad, no se escuchaban sonidos.
-Los invito a conocer playa Batracius, no se la pueden perder  -la paloma entró decidida y desapareció pero Rombín y Triangulín no se animaban a dar un paso. -¡Pequeños, no tengo todo el día, los estoy esperando!
Los amiguitos se tomaron de la mano y avanzaron temblorosos hasta que su vista se acostumbró al interior de la montaña. Allí descubrieron formas extrañas que salían del piso, de las paredes, del techo. De pronto escucharon una voz conocida.
-Esas puntas que salen del piso se llaman estalagmitas y las que vienen del techo son las estalactitas, se forman por el agua. ¿A que en su ciudad no vieron nada igual? -dijo Oma inflando el pecho con vanidad. Triangulín se puso a pensar con rapidez, esa paloma era demasiado presumida.
-No, señora, no tenemos piedras como éstas, pero cuando la banda Los latosos hace un recital, ¡toda Geometría se detiene a escucharlos hasta el día siguiente! -y le guiñó un ojo a su amigo, que levantó su pulgar de alambre en señal de apoyo.
Tras subir y bajar entre piedras durante un largo rato, el cansancio comenzó a invadirlos. En su mundo no había lomas, montañas, cuevas, las superficies no eran onduladas sino rectas, sus delgadas piernas no estaban acostumbradas a trepar. El ave se dio cuenta y justo a tiempo atrapó en el aire a Triangulín, que perdió pie sobre un barranco. Al dejarlo en tierra firme les señaló con el pico hacia abajo. Una playa de arena blanca como la nieve era bañada por un lago azul como el cielo nocturno. Había cascadas por las que bajaba el agua ruidosamente. De pronto vieron a dos pequeñas ranas zambulléndose divertidas.
-¡Señoritas, vuelvan de inmediato a la clase si no quieren que se entere el rey! -dijo Oma muy severa mientras las alumnas traviesas desaparecían entre las rocas.
-¿El rey también se ocupa de los alumnos? -preguntó Rombín muy sorprendido.
-Es que son las hijas del señor René y deben dar el ejemplo… Este lugar fue descubierto por un antepasado de nuestro querido monarca, su tatarabuelo Batracius, y en su honor recibió el nombre. Muchos vienen aquí después de la escuela o de sus obligaciones como premio a su buen desempeño. Pero tenemos que volver, por ser el primer día ya han hecho bastante ejercicio.
A Rombín se lo veía preocupado, había estado todo el día muy pensativo.
-Señora voladora, ¿por qué el cangrejo está metido en un tronco? Me da mucha pena…
-En nuestro reino sólo son aceptados los cangrejos si usan sus pinzas para el bien. Candrecito, por ejemplo, a quien ustedes conocieron esta mañana, está castigado por haberse peleado en la clase de natación. Como la tortuga Amelita y el caracol Frol son sus mejores amigos, se ofrecieron para vigilarlo para que no se vuelva a equivocar. Les cuento que Amelita es la prima de la famosa tortuga Manuelita.
Pero los amiguitos no sabían de quién se trataba. ¡Cuántas cosas desconocían Rombín y Triangulín! El viaje iba a resultarles verdaderamente muy educativo.

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La mañana siguiente amaneció lluviosa por lo que todas las clases fueron suspendidas. Rombín y Triangulín no conocían la lluvia y quisieron salir pero Oma se acercó presurosa.
-¡Alto ahí! Tu abuelo debió haberte contado que el agua no es buena para los metales, ¿verdad?
-Es cierto, señora voladora, pero debemos investigar para poder llevar información a nuestro regreso.
Oma se alejó unos metros y poco después apareció con dos tréboles gigantes en forma de paraguas.
-Usen esto para protegerse y no se lo quiten por ningún motivo.
Los amiguitos partieron alegres con rumbo desconocido, aunque en Parquelandia todo estaba señalizado. La escuela de Principiantes, la escuela de Avanzados, playa Batracius y todo lo demás. Siguiendo los sabios consejos de la paloma se cubrieron para evitar el óxido, algo muy peligroso para los metales.¡Qué distinto se veía todo a través de las gotas!
-Acá hay colores, estrellas, la luna y el sol, plantas, animales, piedras, el charco de agua para nadar… En cambio, nuestra vida es siempre igual -dijo Rombín con la mirada triste.
De repente vieron a Amelita y Frol entre unos pastos altos, estaban conversando muy concentrados.
-Hay que avisarle a Oma que Candrecito ya cumplió con el castigo, necesita un poco de sol -dijo Amelita.
Ambos se dirigieron al encuentro de su amigo pero al llegar vieron a la paloma, que era tan justa como René, volcando el tronco con su peso para que Candrecito quedara libre. ¡Estaba tan contento que corrió al charco y se hundió en la arena! Sus amigos invitaron a Triangulín y Rombín a acompañarlos en la orilla para disfrutar de la fresca lluvia.

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Para fortuna de los visitantes, el día siguiente fue radiante. Todos retomaron sus actividades y Parquelandia se puso en movimiento una vez más. Los amiguitos de Geometría decidieron seguir conociendo el mundo nuevo. A lo lejos observaron unos pájaros desconocidos, que volaban como Pajarín y hacían piruetas en el aire. Era una clase de vuelo. Los padres les enseñaban a sus hijos a abandonar el nido y para ello les mostraban cómo despegar, cómo girar en el aire, cómo aterrizar.
Cuando Rombín y Triangulín estaban en lo mejor, una hembra los descubrió y de inmediato dio la voz de alarma. Todos los adultos se acercaron a sus crías para protegerlas y el encargado de la vigilancia, en un vuelo rasante, les preguntó quiénes eran.
-Perdón por haberlos asustado, somos de la ciudad de Geometría -contestó Rombín.
-Lo había olvidado, el rey René nos avisó de su llegada. Vos debés ser el nieto de Romboide, ¿verdad? Gran amigo, una lástima que se haya oxidado.
-Sí, lo extraño mucho pero por suerte me quedaron sus consejos y sus historias, así que siempre está conmigo -respondió emocionado.
-Ya sé, tengo una idea. ¿Quieren aprender a volar?
Los amiguitos se miraron felices. El vigía Arturo, que así se llamaba, sin esperar respuesta les entregó unas hojas enormes que por allí crecían que parecían orejas de elefante para que las usaran como alas.
-Si el abuelo se animó, ¡nosotros también! -dijeron a coro.
Con mucho cuidado treparon a un árbol. Los primeros intentos no resultaron bien, ambos chocaron contra el suelo varias veces haciendo mucho ruido. Sin embargo, gracias a su voluntad y la paciencia de Arturo lograron despegar. Al final del día, todos los alumnos habían superado con éxito su primera clase de vuelo.

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-¿Qué opinan de mi mundo, pequeñines? -preguntó René esa noche en la cena de bienvenida.
Rombín y Triangulín no salían de su asombro, las sorpresas se sucedían desde su llegada. No sólo habían conocido un sinfín de cosas nuevas sino que habían hecho amigos muy distintos a los de su amada Geometría pero igual de valiosos.
Antes de que pudieran responder, un grupo de músicos hizo su entrada y comenzó a tocar. Si Los latosos eran buenos, Parquecito no se quedaba atrás. Todos los instrumentos eran naturales: piedras que se entrechocaban, hojas que se frotaban o se soplaban, cañas que se agitaban. Los amiguitos comenzaron a hacer palmas para acompañar. Sus diminutos dedos de alambre hacían un sonido muy particular que el resto festejaba. Poco después se sumaron al espectáculo haciendo percusión con sus propios cuerpos. Era una fiesta que ni el mismo Romboide podía haber soñado.
Dado que el día siguiente era de descanso para todos, el rey René dio por concluida la reunión recién cuando la luna estuvo lo bastante baja.
-Quiero que sepan que las puertas de Parquelandia estarán abiertas siempre que quieran volver y por el tiempo que lo deseen -dijo sonriente el monarca. Y agregó: -Cuando decidan regresar a casa, mi fiel amigo Arturo los acompañará para hacer una invitación formal a las autoridades de Geometría para que todos los amigos de Romboide, que también son mis amigos, puedan venir a visitarnos, ¿qué les parece?
Los pequeños visitantes supieron, entonces, que un nuevo capítulo en sus vidas acababa de comenzar.