miércoles, 26 de julio de 2017

Aquellos zapatitos de charol (rimas, o casi...)



Cuando eran chicas no sabían qué sería de sus vidas. Llevaban el pelo largo, se lo cepillaban frente al espejo y jugaban como cualquier otra nena con las muñecas. También jugaban a tomar el té y se ponían algún sombrero viejo además de los zapatos de taco alto de la abuela. Nada hacía suponer que lucharían contra vientos endemoniados y amarrarían, en medio del océano, velas.
Ni siquiera el padre de la chiquita rubia de ojos tímidos imaginó que su hija cumpliría su propio sueño. Porque él fantaseó una y mil veces con una vida plagada de aventuras, a pesar de lo cual aquello quedó demorado en el tablero..., en el mismo que diseña embarcaciones náuticas para otros dueños.
De allí que los cotidianos y compartidos juegos de infancia mutaron y el globo terráqueo ya no tuvo secretos. El mundo imaginario amplió sus horizontes y excedió el cuarto, el patio, el jardín. Las fronteras geográficas se disiparon y en su lugar millas marítimas aparecieron. Ellas tenían un único objetivo que abrigaban en sus corazones, en sus almas, en sus férreas mentes: ir por más, siempre. No habría monstruo marino que las detuviera. Ni el amo del viento podría con su perseverancia, disciplinadas como eran.
Cada vez que cruzaban una mirada confirmaban su determinación; ese fuego sagrado que sólo unos pocos tienen, los elegidos, sería puesto a prueba, con la esperanza de evitar el revés en cada ocasión. Sin embargo, nada las emocionaba tanto como probarse y probar que habían optado por el sendero correcto. Tenían en claro que no sería tarea sencilla: si es que deseaban llegar realmente lejos, deberían perseverar sin defecto.
En casa ya les habían avisado: nada en esta vida se consigue sin sacrificio. Lo que no les habían dicho es que tal cosa abarcaría no sólo la alimentación y la actividad física, sino el descanso, el esparcimiento e incluso los vínculos. ¿Estaban preparadas para tamaño desafío? No al inicio, fue un trabajo arduo que demandó de la voluntad un entrenamiento sostenido. Porque los objetivos de alto vuelo, digamos, rehúyen espíritus esquivos.
Y así como fueron nenas como cualquier otra, también fueron adolescentes como el resto, que transitaron los zarandeos del ambivalente período, para convertirse poco después en dos hermosas jóvenes llenas de proyectos.
La vida les regaló amaneceres y atardeceres, destinos conocidos y no tanto; agua salada, vientos, olas, mareas; pájaros y delfines, islotes y palmeras... Y aunque pareciera estar en deuda con ellas pues todo lleva la misma estela, quizás sean ellas las que le deban. Tal vez las haya recompensado de una manera tan vasta y anticipada que sólo tengan palabras a medias. También les dio cintas, moños y aplausos, mas no a cualquiera, pues sabe de su temple y capacidad de entrega.
Tras haber cabalgado mares y océanos de esta inabarcable Tierra, aunque inagotable sólo en apariencia, se preguntaron qué les quedaba por hacer. La respuesta no se hizo esperar: “Más mares y océanos”, dijo el padre de aquella nena. Es así que cada día, al despertar, una nueva sorpresa las espera del otro lado de la puerta. Jamás se sintieron invadidas por la rutina, lo que a algunos mortales les ocurre con demasiada frecuencia; nunca creyeron tampoco que ya habían dado todo, cosa que otros creen sin haber intentado la décima parte siquiera.
Las largas pestañas sedosas que enmarcan sus curiosos ojos siempre barrieron del horizonte humo, polvo, lluvia, pero también la decepción, la soledad, la tristeza. Porque no siempre estuvieron contentas, a veces flaquearon, pues son humanas, sensibles... además de guerreras. Cuando alguna nube negra aparece en su firmamento, ellas barrenan la arena, surfean las crestas, invaden la playa con sus tambores de guerra. Ni el más osado de los dioses del Olimpo se atreve a bajar a ver qué ocurre pues bien que lo saben, llegaron ellas.
Las valquirias esperan del sol un guiño, entonces otean el horizonte, consultan brújula, cartas náuticas y parten rumbo a la aventura en tanto despliegan las velas. Adelante se agolpan las millas, salpicadas de sal marina y vientos que arrecian.
Algo las espera, las busca, las convoca, por eso corren a su encuentro desde que tienen conciencia. Es el sabor que se les incrustó en el paladar y la lengua el día que pisaron un velero por vez primera. El sabor de la libertad con mayúscula. La Libertad de abrir los brazos y contener en una mágica fracción de segundo a la Vía Láctea entera. De allí que sean valquirias, mujeres guerreras, chicas superpoderosas que no se detienen ante las inclemencias.
Cuando hallan un recreo entre tanta actividad se detienen y piensan. ¿Qué habría ocurrido si otros anhelos hubieran clamado presencia? ¿Si madre alguna hubiera querido una hija bailarina...? O bailaora. Con chales, peinetas, castañuelas, tacones y vestidos con cola.
Eso les provoca un acceso de risa, no logran imaginarse entre lunares y revoleando polleras. Más difícil aún ver en sus pies zapatos charolados en lugar de zapatillas y medias. Es justo allí que agradecen a sus familias el apoyo presente en cada vuelta y festejan, inverosímil de toda inverosimilitud, la ocurrencia.
Al llegar el momento, Morfeo custodia los sueños de futuras empresas, cuyo mapa está impreso en cada una de sus células. Imposible equivocar el rumbo con trayecto tan certero. El destino ha de ocuparse de guiar los instrumentos para que sea preciso el arribo a cada puerto.
Y en noches de luna llena fijan la vista en las estrellas, telescopio a derecha y catalejo a izquierda, poniendo especial atención en aquellas viejas promesas. Entonces, sin pérdida de tiempo, levan ancla para que el despuntar del día las encuentre entre las primeras. Grande es la sorpresa del resto de los mortales al ver a las heroínas plantando bandera...
Es que aún no lo saben o no quieren saberlo: en el fondo de sus almas ellas llevan la delantera.

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