Sus ojos rasgados observan todo desde el fondo de los tiempos. Es erróneo creer que algunas cosas le pasan desapercibidas. Ni su quietud ni su sonrisa, apenas esbozada, la dejan al margen. Siglos de enseñanzas bien aprendidas se reflejan en su rostro sereno. Los antepasados, los ancianos, las tradiciones, las dinastías, los valores, los principios se ven reflejados en cada uno de los pliegues de su kimono y en su peinado. Jamás hará un gesto de más, aunque tampoco de menos. Nunca se atreverá a proferir una palabra fuera de lugar, aunque tampoco se reservará la palabra justa. En ella, todo se encuentra en el más absoluto equilibrio. Ha sido concebida para agradar y es agradable; para dar placer y lo da; para embellecer y es bella; para escuchar y calla.
Su vivienda está reservada para los grandes, porque los
hombres más poderosos la visitan. Su lugar es envidiado por muchos, porque junto
a ella se toman las decisiones más importantes. Su presencia puede generar las
conversaciones más profundas, o las sensaciones más irrefrenables.